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viernes, 10 de enero de 2014

Relato con ayuda de todos, ¿participáis?

Hola a todos, he rescatado este relato que envié para un concurso de relato abierto de la Editorial Universo, pero como no gané, ahí lo abandoné. Como hace tiempo que no lo he cogido, no sé bien qué escoger después de lo que va escrito, así que, a quien lo lea, y le interese, le propongo un juego: si podéis, leed el relato, al final pondré tres opciones, y si alguna os interesa, por favor comentadme cómo continuarlo, pues me quedé así y ya que me animo a publicarlo, me gustaría hacerlo con la ayuda de todos, para haceros partícipes de esta historia. :) Es una idea que se me ocurrió hace ya tiempo, pero no lo había vuelto a recordar a hasta ahora, a ver cómo sale, a quien participe, gracias! 

LA FUGA

¿Cómo decirle a tu hermano que te quieres fugar con tu mejor amiga a un país extranjero del que apenas tienes conocimientos y sin dinero?

Exactamente, ésta era la cuestión que me reconcomía por dentro las últimas semanas. Yo quería irme de mi casa; mi padre era un alcohólico empedernido y mi madre pasaba de mi hermano y de mí; tenía crisis nerviosas desde que mi padre se había echado a la bebida.

Todo empezó cuando a mi padre lo echaron del trabajo; él se puso a beber y a ella le dio un ataque de histeria por ello. Al estar mi madre así, mi padre se concentró aun más en su querida botella de cerveza, mientras que mi madre pasaba a un grado de histeria aun mayor.
En fin, esto se había convertido en la pescadilla que se muerde la cola. Y yo ya estaba más que harta. 

Quería proponerle a Sam, mi hermano, que nos largáramos de casa lo antes posible. Yo acababa de cumplir los dieciocho, y él era mayor de edad desde hacía dos años. Lo teníamos casi todo a favor: la edad, la época del año (era primavera y hacía un tiempo maravilloso), la juventud, las ganas de vivir y un coche. 

Aunque, contra todo esto, competía la carencia de dinero, el instituto (que por muy raro que pudiese parecer, me encantaba), nuestros padres en menor medida y… la pena que le producían a mi hermano.
Vale, he de decir que a mí también me daba pena abandonarlos, pero estaba segura de que tendríamos una vida mejor lejos de ellos. Sabía de sobra que no se iban a dar cuenta de nuestra ausencia en al menos tres días. El problema era convencer a Sam para hacerlo.
 
Venga, Sam, nos merecemos una vida –dije totalmente convencida de ello mientras mi hermano recogía la ropa sucia y amontonada que mis padres iban dejando por toda la casa.
 
Arianna, no me puedo creer que lo estés proponiendo en serio me contestó cogiendo un trapo, más que sucio, de la mesa de la cocina.

Me apresuré a cortarle el paso y me crucé de brazos delante de él.
 
No lo estoy proponiendo, Sam, lo estoy afirmando. ¿Quieres estar toda la vida así? Alcé las cejas, interrogándolo también con la mirada.

Él bufó, posándose a un lado el cargamento de ropa y poniendo el brazo libre en jarra.
 
Claro que no, Ari. Pero, si nos vamos, ¿cómo sobrevivirían? Hizo ademán de continuar su camino, pero lo detuve con una mano.
 
¿Crees que ellos se hacen la misma pregunta sobre nosotros? le repliqué, sabía perfectamente la respuesta.

Él sopesó si contestarme o no unos segundos, y después, suspiró amargamente.
 
Supongo que no.

Iba a discutirle también el matiz de ese <<supongo>> y cambiarlo por un <<por supuesto>>, pero preferí no hacerlo, sabía que este tema lo ponía mal.
 
Ari, no te vas a ir. Sé consecuente y no digas tonterías, porque, aunque te marcharas, no tendrías ni donde caerte muerta. Hizo una mueca de asco al ver el salón hecho una pocilga. Literalmente hablando.

Suspiré frustrada y comencé a ayudarlo a limpiar, aunque no sabía ni por qué nos molestábamos; en dos segundos nuestros padres volverían y todo estaría patas arribas otra vez.
 
No quiero quedarme aquí, en serio. Tú tuviste que dejar el instituto a medias y yo voy por el mismo camino dije pensando en voz alta.
Mi hermano dejó de limpiar un segundo y me miró comprensivo.
 
Ari, lo entiendo. Por eso no quiero que lo tires todo por la borda, bastante tuvimos conmigo. Ése era el trato: tú estudiabas hasta que acabases bachillerato y yo trabajaba para subsistir.
 
Sí, ése era el trato. Y luego venía la parte en la que nos íbamos los dos a ser felices y a comer perdices.
 
Pero tú no has terminado de estudiar.
 
¿Qué diferencia hay? Estoy tan ausente en clase, pensando que en cuanto llegue aquí papá se pondrá a darme voces y mamá se dejará llevar por alguno de sus delirios… que no estoy tranquila aunque me lo proponga.

Sam se acercó a mí, dejando el plumero en la estantería.
 
Sé que es difícil, pero me gustaría que alguno de los dos tuviese un futuro. Así que, por favor, inténtalo por mí. Sonrió. Aunque yo sabía que esa sonrisa no le llegaba a los ojos.

Asentí por toda respuesta. No quería discutir con él, pero eso no iba a quedarse así. Yo me iba a ir. Quisiera él o no.

Allí estaba yo. En el lugar pactado con Dayana para fugarnos juntas. Llegaba tarde, algo usual en ella, pero media hora me parecía ya demasiado. Quizás se hubiese rajado y ya no quisiera marcharse. Aunque me extrañaba mucho; la última vez que habíamos hablado sobre esto, ambas estábamos deseando irnos del pueblo.

Miré el reloj una vez más: las 12.10. ¿Dónde se había metido esta chica? La sirena que pondría fin al recreo sonaría en cinco minutos, y si no nos íbamos ya, nos pillarían sin remedio.

De repente, un ruido me sobresaltó. No era en el instituto, sino en la calle. Me acerqué a la valla metálica por la que todos los estudiantes nos escapábamos para hacer novillos cuando no teníamos pensado ir a clase. Yo la había saltado pocas veces; era una buena estudiante. Pero últimamente, y con la situación que tenía en casa, le estaba cogiendo el tranquillo a eso de irme por ahí.
 
¡Déjame en paz, chulo! –Oí gritar a pocos metros de mí.

No había visto su cara, pero conocía perfectamente a la dueña de la voz: Dayana.

No me lo pensé dos veces; cogí carrerilla y salté hacia la libertad. Yo tenía dieciocho años recién cumplidos, y aun no tenía mi carnet para poder entrar y salir del instituto a mi antojo, pero, a estas alturas, no iba a pedirlo. Me iría esa misma tarde, no iba a perder mi tiempo en trámites innecesarios (además, necesitaba la firma de uno de mis padres, cosa que sabía que no iba a obtener de ninguna de las maneras).
 
¡Dayana! –grité mientras me dirigía a los aparcamientos, no la veía por ninguna parte.
 
¡Suéltame, hijo de perra! –volví a escuchar su voz una vez más.

Entonces me di cuenta de dónde se encontraba mi amiga; estaba forcejeando con un tipo entre dos coches. ¿Qué estaba intentando hacerle? De eso nada, no lo iba a permitir.
 
 ─¡Eh! –Corrí hacia ellos. ¡Suéltala! Me lancé sobre su espalda para intentar inmovilizarlo. Aunque, sinceramente, pensaba que él tendría fuerzas suficientes para hacerme volar por los aires con un dedo.

Yo era una chica más bien delgada y debilucha. No había sido así hacía un par de años (tampoco es que me sobraran los kilos, pero, desde luego, había tenido un aspecto mejor). Mis premisas estaban en lo cierto; él no tardó ni dos segundos en deshacerse de mí.
 
¿Te has vuelto loca? –Se giró hacia mí mientras le sujetaba las muñecas a Dayana con una mano.

Y…Dios, me quedé sin respiración. ¡Menudos ojazos azules! Permanecí atrapada en su mirada oceánica mientras el mundo se detenía unos segundos interminables. ¿Quién era ése? Nunca lo había visto por el pueblo, si no, seguro que lo recordaría. Me obligué a mí misma a recomponerme y cambié mi cara de sorpresa por una más dura, mucho más dura.
 
¡Suéltala o te mato! –amenacé.

Una sonrisa sardónica apareció en sus labios.
 
No veo cómo –dijo mirándome de arriba abajo.

Me ruborice en el acto. ¡Pues claro que no podía contra él! ¿Qué me había hecho pensar que se lo creería en algún momento?
 
Soy más fuerte de lo que parezco –intenté sonar segura.

Él soltó una carcajada limpia, aunque no parecía querer burlarse de mí.
 
Tampoco hace falta que me lo demuestres.
 
¡Eh! –Me acordé de que Dayana existía cuando se quejó. Dejad de ligar en mi presencia.

¿Ligar?, ¿quién demonios estaba ligando allí?

Los dos pasamos de su comentario. El chico, que parecía algo mayor que nosotras, la seguía sosteniendo por las muñecas, hasta que, unos segundos después, suavizó su expresión, resignado, y le concedió la libertad de una de sus manos.
 
Dame lo que es mío y te soltaré del todo –le pidió de buena manera.
 
No tengo nada tuyo –le contestó Dayana de mala gana, esquivando sus increíbles ojazos.
 
Claro que sí. Me has robado dinero. Por cierto, ¿quién te ha enseñado a hacerle puentes a un coche?

Enarqué una ceja. ¿Puentes?, ¿robar?
 
¡Dayana!, ¿le has robado? Dijimos que ya nos las arreglaríamos. No vamos a ser así –le espeté, pensando en nuestro futuro fugitivo.

Dayana puso los ojos en blanco. Incluso estando en esa situación tenía ánimo para ironías.
 
Arianna, sé realista, si nos vamos a ir de aquí, necesitamos algún dinero para empezar.

Este plan se me estaban antojando cada vez más difícil de realizar, y la lista de los contras estaba creciendo 
vertiginosamente.

El chico nos miró a ambas como si estuviésemos locas, analizando cada una de nuestras palabras.
 
¿Qué edad tenéis?

¿Por qué nos preguntaba eso? ¿Si pensaba que éramos menores nos dejaría libres? Iba a decirle que a él no le importaba cuando Dayana habló por las dos:
 
Dieciocho –le espetó de mala manera.

Me quedé blanca como el papel. Si quería denunciarnos por robar, podría hacerlo sabiendo que podíamos ir a la cárcel.

Nos volvió a mirar alternativamente a una y a otra, hasta que al final, soltó a Dayana y la ayudó a ponerse en pie.
 
Que no vuelva a pasar. –Miró a Dayana de reojo antes de añadir: Puedes quedarte con el dinero.
No sabía qué mandíbula estaba más por los suelos, si la de Dayana o la mía. ¿Y ya estaba? ¿Le acabábamos de confesar que Dayana le estaba robando y nos regalaba el dinero?

Después del golpe de suerte que habíamos tenido con el chico en el instituto, no quisimos volver a arriesgarnos. Le dije a Dayana que se quedara quietecita hasta que estuviésemos lejos de allí. Solo disponíamos de dos horas para recoger lo necesario e irnos corriendo. Mi hermano estaba trabajando y mis padres durmiendo; tenía el camino libre para irme. Lo único que lamentaba era que Sam no vendría con nosotras, pero tenía pensado volver dentro de algún tiempo, cuando consiguiese yo misma algo de dinero.

Tocaron a la puerta. Debía ser Dayana; habíamos quedado a las tres y eran las tres menos cinco. Me hacía gracia que llegase antes de la hora, no era, ni mucho menos, propio de ella.

Cogí mi bolso lleno de ropa, un par de bocadillos que me había hecho para el camino a… donde fuese que nos dirigíamos, y algo de dinero que llevaba ahorrando desde hacía tiempo. Abrí la puerta, lista para irme, hasta que… me encontré de bruces con él y mi alegría se desvaneció.
 
¿Qué haces tú aquí? –le inquirí al desconocido de los aparcamientos.

Él me miró con una sonrisa suficiente.
 
Encantado de verte otra vez, Arianna. Puedes considerarme a partir de ahora tu asistente social.

¡Debía de estar de coña! Si apenas podía tener tres o cuatro años más que yo.
 
Perdona, ¿cómo has dicho? –pregunté perpleja.

Él volvió a sonreír.
 
Soy Mark, tu asistente social.

<<Mi asistente social>>, repetí. ¿Qué?

Parpadeé varias veces, sin entender. Y él se dio cuenta.
 
¿Eres tú Arianna Montalbán Scudo?

Asentí despacio, como si estuviera en un sueño y esperase despertar de un momento a otro.
 
Vale, entonces tú eres la chica que busco. ¿Nadie te avisó de que vendría a hablar con tus padres?

Negué con la cabeza, sin poder decir nada aun.

Dayana apareció por la acera de mi casa, y en cuanto vio al tipo desconocido, echó a correr hacia nosotros.
 
¡Oye! –Lo empujó para alejarlo de mí. La que te robó fui yo, no ella, detenme a mí.

Mark levantó las manos a modo de rendición. Dayana estaba muy exaltada, se había puesto nerviosa como pocas veces la había visto.
 
No he venido a detenerla –le dijo el tipo despacio, para que lo entendiera bien y se tranquilizara. Ni a ti tampoco, tranquila. No soy ningún policía

Dayana enarcó una ceja a modo de confusión.
 
¿Y entonces?
 
Solo vengo a hablar con sus padres. Soy asistente social.

Mi amiga bufó, claramente aliviada.
 
Suerte –le dijo, y después, me cogió del brazo y tiró de mí. Nosotras nos vamos a dar una vuelta. Luego nos vemos. –Y con todo el descaro del mundo, le lanzó un beso mientras me arrastraba con ella.

Ni siquiera me dio tiempo a cerrar la puerta de mi casa. El tío se quedó descolocado ante nuestras narices. 

Yo tuve el impulso de reír. A Dayana se le daba bien eso de dejar a la gente plantada, sobre todo a los chicos. Nadie se reía de ella, y quien lo hacía, obtenía alguna contestación que lo dejaba en el sitio.
 
¡Tengo que hablar contigo también, Arianna! –me gritó Mark a lo lejos.

Le dije adiós con la mano y le sonreí. No pensaba volver ni ahora, ni dentro de un rato ni en mucho tiempo.

Sus ojos azules se quedaron mirándome un buen rato, extrañamente divertidos. No tenía intención alguna de seguirnos, pero suponía que tampoco le había hecho gracia que nos hubiésemos ido. Yo también me quedé mirándolo, hasta que torcí la calle y los edificios se interpusieron ante mi visión.
 
¡Esta buenísimo! –exclamó Dayana con ojos de corderito.

Yo me reí.
 
Creí que te caía mal.
 
Sí, pero eso era antes de que descubriera que es un buen tío.
 
Es asistente social –puntualicé. ¿Desde cuándo te han caído bien a ti los asistentes sociales?
 
Desde nunca, pero él se ve diferente, es joven.

Dayana tenía más o menos la misma situación familiar que yo, solo que en su casa había empezado antes que en la mía. Su madre llevaba sin trabajo muchos más años que mis padres, y encima, su hermana no era como mi hermano, pasaba de ella a más no poder, como su madre. Siempre se me habían antojado como tres compañeras de piso, pues ninguna hacía vida con otra; eran independientes en todos los sentidos. Ella había conocido unos cuantos asistentes sociales, pero en ninguno de los casos le quitaron su custodia a su madre.

No tenía ni idea del panorama que el asistente social iba a encontrar en casa. Todo estaba limpio, de eso nos habíamos encargado mi hermano y yo el pasado fin de semana, pero mis padres no hablaban con nosotros, no hablaban entre ellos, y mucho menos hablaban con desconocidos.
Me daba cosa haberlo dejado tirado así, de ese modo, en la puerta de mi casa. Él había sido amable con nosotras, y aun no se me olvidaba que llevábamos cincuenta euros más de presupuesto gracias a él.
Estábamos en la estación de autobuses, exhaustas por la caminata (pues mi casa quedaba bastante alejada de la estación), cuando mi móvil sonó. Era mi hermano. Y yo quería cogérselo, aunque no sabía si hacerlo o no.
 
Tienes que dejarlo correr –me dijo Dayana sin que le hubiese dicho nada. Yo la miré preocupada. Arianna, si lo coges, probablemente no te quieras ir. Es mejor que lo llames cuando estemos fuera, para decirle que estás bien y punto.

Dayana no estaba preocupada por darle explicaciones a nadie. Su padre se había ido de casa cuando ella era un bebé, y su madre y su hermana se habían ocupado poco de ella, mucho menos desde que tenía uso de razón.

Yo no podía hacerle eso a mi hermano. Una cosa es que nos fuéramos, porque éramos mayores y no nos gustaba nuestra vida allí, pero otra cosa muy distinta era matar a mi hermano de un infarto (quiero decir, antes de haberme ido por ahí), y él no solía llamarme a esas horas, así que probablemente tuviese algún problema.

Le di a la tecla verde del móvil para consternación de Dayana, que giró los ojos sobre las órbitas y se cruzó de brazos enfrente de mí.

Yo también le puse los ojos en blanco, le di la espalda y di unos pasos en dirección contraria para tener un poco más de intimidad.
 
¿Si?
 
¿¿Se puede saber dónde estás?? –me gritó dejándome sorda.
 
Pues en el instituto, ¿dónde voy a estar? –mentí descaradamente.

Él blasfemó antes de decir:
 
¡Arianna! Al menos ten la bondad de no engañarme cuando te pregunto, ¿quieres? He tenido que salir antes del trabajo por tu culpa.

De repente todos mis sentidos se pusieron en alerta.
 
¿Por qué piensas eso?

Él soltó un <<Ja>> irónico antes de proseguir:
 
Porque has dejado al asistente social plantado en la puerta de la casa, abierta por cierto, porque mamá y papá se han negado a responder nada de lo que él quería saber, porque al final me ha llamado al trabajo para poder hablar con alguien cuerdo en esta familia. Y, ¿qué es lo que me dice cuando llego a casa? Que mi querida hermanita, que debería estar en el instituto, se ha escapado. Que su amiga Dayana y ella estaban haciendo pellas, y al parecer, fugándose de casa, porque la ropa de tu armario y tu bolso de viaje han desaparecido misteriosamente…. –Ahora no me gritaba, pero, por el tono de su voz, estaba deseando matarme.

Miré a Dayana, que seguía a unos metros de mí con mala cara. Supongo que leyó mi rostro, porque volvió a poner los ojos en blanco, abrió los brazos y masculló algo así como <<Estupendo, nos han pillado>>.
 
Arianna, vuelve a casa inmediatamente –me ordenó mi hermano en un tono autoritario que jamás había usado conmigo.

Dayana, que se había acercado a mí hacía dos segundos, suficientes para escuchar lo que mi hermano me acababa de decir, empezó a hacerme señales negativas con el dedo índice y la cabeza; ella estaba dispuesta a seguir con el viaje sí o sí.

Le supliqué con la mirada que abortáramos el plan, aunque no funcionó en absoluto.
 
Sam, tengo que colgar. –Y así lo hice, aunque me supiera mal.
 
No nos vamos a rajar ahora, Ari –me dijo Dayana firme. No después de tenerlo todo preparado, de estar en la estación, de habernos atrevido, por fin, a irnos de nuestra casa.

Me quedé mirando a mi amiga sin saber qué contestarle.



Vale, hasta aquí tenía escrito, había pensado tres opciones: 

1) Se van pero el autobús se detiene por algún motivo y por lo pronto tienen más problemas para irse de lo que imaginaban.

2)Se van.

3)Se dan la vuelta por sí solas y no se van del pueblo.

¿qué opción elegís? Gracias por participar!!

7 comentarios:

  1. Yo me decantaría por la segunda opción...que se vayan... y que al tiempo vuelvan con muchas sorpresas...

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  2. muchas gracias a los tres por participar!!:) Pues Maria Esther, va ganando la segunda jajaja, voy a dejar un par de días más, y lo continúo, a ver qué sale de todo esto!!:D

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  3. Me encanta, me quedo con la primera, y poniendote algo más para que de un poco de sonrisita. xD

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  4. La primera! y que algo le ocurra al autobús, que las dos se vean obligadas a seguir su camino andando... y que luego, el guaperas asistente social, las encuentre en la carretera, solitas, desesperadas, jejeje y él en su súper mega cochazo, jijiij

    Ahí queda mi aportación!

    Bs!

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    1. ya se había elegido la segunda jaja, tengo que poner un orden para todo esto, que si no, nos liamos. Vale, os digo que se van, lo de incluir algún problema, pues ya veré cómo lo hago, que ya había empezado a continuarlo ;)

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