Os diré que es una novela de género juvenil fantástico con tintes románticos.
Aún no tengo la sinopsis, pues la editorial está valorando las posibles, pero sí puedo dejaros la que será la portada oficial, hablaros un poco del argumento y dejaros parte del primer capítulo.
En cuanto la portada, al final será esta:
Sobre el argumento:
Sonia es una chica de diecisiete años que vive amargada en un pequeño pueblo. Se trasladó allí un año atrás por el trabajo de su padre, que después del divorcio con su madre, no ha tenido mucha suerte. Sonia no quiere que se preocupe por ella también, de modo que decide fingir que en el instituto le va bien con sus compañeros y está bien adaptada. Para encubrir esa mentira se ve obligada a hacer todas las excursiones que el instituto organiza, pues siempre había sido así en su antiguo hogar. La última y más larga será en Galicia, dónde todo el mundo de Sonia cambiará vertiginosamente cuando conozca a Eloy, un enigmático chico de ojos claros que aparece de la nada cuando ella encuentra un pozo abandonado y viejo.
Os dejo un poco para que vayáis viendo cómo va la cosa hasta que tenga una sinopsis mejor que ofrecer:
Todo comenzó cuando nos dijeron lo de esa maldita excursión a Galicia.
Yo no quería ir, pero por mi padre, acepté.
No es que él me obligara, ni mucho menos, era por
mí, e indirectamente, por él.
Nosotros dos nos mudamos a ese estúpido pueblo
cuando él y mi madre se separaron. Al principio vivía con ella, pero cuando
volvió a tener pareja decidí que si mi padre estaba solo y mi madre acompañada,
él me necesitaría más. Su novio me caía fatal. Y no es que yo pensara que él
había ocupado el lugar de mi padre (no le llegaba ni a la suela de los zapatos)
pero creía que sólo estaba con mi madre por su dinero. Ella era la mayor
accionista de una empresa de calzado. Y él… bueno, también estaba metido en el
mundillo de las empresas, pero no levantó cabeza hasta que ella le ayudó. No
pensaba que no la quisiera, simplemente, que era convenido. Algo la querría
digo yo. Mi madre era francamente feliz y por eso no me preocupaba tanto por
ella.
En cuanto llegué a mi nuevo instituto (llenito de
pijos), tuve la mala suerte de chocarme de frente con la abeja reina de mi
clase: Mónica. La imbécil llevaba un batido en las manos y yo estaba esperando
en la fila de secretaría para entregar unos papeles de mi matrícula.
¡Ni siquiera estaba mirando en su dirección! Lo que
pasó fue que, con la cola que había, yo estaba situada en la esquina por la que
ella apareció. Iba hablando con Rosa de no sé qué zapatos que se iba a comprar
y… nos chocamos. Pero claro, ella era la reina y no podía tener defectos,
encima, estrenaba su vestido blanco de no sé cuál marca y que yo intencionadamente, según ella, le había manchado. En cuanto me vio entrar por la
puerta de clase vi como su cara se iluminaba por una malicia incipiente
mientras yo me convertía en una marginada, para siempre.
[…]
Así llevaba un año, en esas circunstancias: la
clase no me hablaba y yo no hablaba a la clase. Pero al menos no tenía que
soportar cómo me hacían la pelota. Mónica era tonta, no se daba cuenta de que
todos estaban con ella por su dinero y las diferentes posesiones y enchufes que
poseía.
Con el tiempo, mi padre empezó a notar que nadie
venía a casa después de las clases, cuando en mi anterior hogar siempre andaba
acompañada con algún amigo. Tampoco me veía entusiasmada cada vez que le traía
a casa una autorización para alguna excursión (éstas eran estupideces, la mitad
de los sitios que proponían yo ya los había visto y tampoco eran gran cosa).
[…]
Fue entonces cuando decidí mentir. Se me daba de
miedo desde que mi madre se había echado novio y le tenía que poner buena cara
por ella. Si lo hacía por mi madre, también debía hacerlo por mi padre, aunque
la situación fuese diferente.
Empecé a apuntarme a
todas las excursiones que me iban saliendo. Siempre decía que había ido con <<mi
grupo de amigas>> y me lo había pasado <<genial>>. En las
fotos no salía nadie, obviamente, decía que ninguna se quería poner, que eran
muy vergonzosas… Cuando me preguntaba por qué no venían a casa, le decía que
era yo la que se ofrecía ir a las suyas porque la casa se me quedaba pequeña (y
era verdad, esa nueva casa tenía menos dimensiones que la anterior, aunque en
realidad me daba igual).
[…]
La excursión a Galicia
se haría en noviembre, para que no nos pillara en plenos exámenes en diciembre,
que era cuando la habían propuesto. La cosa era hacer el Camino de Santiago y
ver los pueblecitos de alrededor de la zona. Sería una semana, el viaje más
largo que haría con la gente insulsa de ese maldito instituto.
Estábamos en segundo de bachillerato y ya se
suponía que éramos mayorcitos para <<no perdernos>>, nos habían
dicho los profesores. Y era cierto, éramos mayores, por lo menos en comparación
con el resto del instituto, pero… algunos eran aún demasiado críos mentalmente
y, si yo hubiese sido un profesor, no se me hubiese ocurrido sugerir tal viaje.
Luego ocurrió lo que ocurrió.
[…]
Bufé. Estaba preparándome esa horrible maleta
mientras todos esos pensamientos deambulaban por mi mente. Me hacía daño a mí
misma y no quería que toda mi anterior vida (mucho más feliz) me asaltara como
un fantasma. Yo era lo que era: una marginada social. Y mis padres estaban
separados. Para siempre. Y no había más.
Nunca lloraba porque no quería sentirme como una
idiota. Era hija de una familia <<desestructurada>>, según los
expertos, y de una <<mala familia>>, según las personas mayores del
pueblo. Había pocos matrimonios divorciados, pero eso de que me hubiese venido
a vivir con mi padre en lugar de con mi madre… parecía haberles sorprendido
mucho.
Subí al autobús, directa al infierno, cuando mi padre se despidió de mí
en la estación. Le dije que no se bajara del coche, que ninguno de los padres
de mis amigas lo hacía. Él me creyó, como lo hacía con todo; estaba mucho más
contento desde que yo estaba mucho
más contenta.
Me senté en el primer
asiento que encontré libre, justo al final del todo. Las pelotas de mi clase se
quedaron en los primeros asientos, hablando con los profesores que nos
acompañaban de lo <<divertidas y emocionantes>> que eran sus
asignaturas. ¡Ag! ¡Qué ganas de vomitar me daban!
Los chicos, en cambio,
sí que se apalancaron al final del autobús, pero ellos pasaban de mí mejor que
yo de ellos.
Me puse los cascos de
mi Mp3 y me dejé llevar por el sueño. Me quedaban horas y horas de autobús…
[…]
Tropecé con una rama y caí al suelo de barro seco. Me hice daño en el
muslo derecho, aparte de ponerme hecha una piltrafa.
Bufé malhumorada por la
suerte que estaba teniendo esa mierda de noche. ¿Por qué me tenían que pasar
estas cosas a mí? ¿No era ya bastante que los idiotas de mi clase pasaran de
mí, o cuando no, me hicieran burla? ¡Encima me tenía que caer en un bosque
gallego y hacerme polvo!
Vislumbré una pequeña cueva cuando me pude
levantar. Había un claro en el terreno que no tenía árboles. En uno de sus
extremos estaba la entrada al agujero negro enclavado en la roca.
En frente del
socavón había una figura. No era una persona, pero no lo distinguía bien desde
dónde estaba.
Me acerqué, no tenía otra cosa mejor que hacer. Era
un pozo de piedra. Estaba muy cerca de la entrada de la cueva y decidí resguardarme
allí del frío un ratito, porque no me sentía con fuerzas para regresar a la
casita rústica aún.
-Pozo de los deseos –leí en un cartelito que parecía muy antiguo, situado
al lado del pozo.
Lo vi a duras penas y porque la luz de la luna le
daba de lleno, pero pude ver que la letra estaba muy desgastada.
Me dirigí a la cueva, que no era muy profunda,
abrazada a mi cuerpo. ¡Qué frío! y que tonta era yo… porque no tenía por qué
estar pasando aquello. Si hubiese estado más serena hubiese tomado las riendas
de la situación de otra manera. Pero bueno, ya qué le iba a hacer.
[…]
-¡Te odio! –le grité a la moneda–. Ojalá no manejaras el funcionamiento
del mundo, así podría haber ido a parar a algún lugar cerca de mi antigua casa,
o incluso, no haberme movido de allí.
Estaba enfurecida con
todo lo que me rodeaba. Odiaba mi vida como odiaba la codicia. No solía pensar
en ello para que no me hiciese daño, pero es que a veces no podía evitarlo.
Apreté la moneda contra
mi mano mientras las lágrimas me nublaban la vista. Grité de frustración, lancé
con todas mis fuerzas el euro que había encontrado por azar en mi bolsillo y
seguí llorando, esta vez, con más ansias.
Se
escuchó un ruido que hizo que me quedara quieta. Algo se había movido ahí
fuera, y, sinceramente, me estaba dando aún más miedo que antes.
Salí de la cueva temblando.
Miré al lado derecho; nada… solo árboles siniestros irguiéndose sobre la
tierra. Miré hacia la izquierda… más de lo mismo.
-¡Eh! ¿Esto es tuyo? –dijo alguien a mi espalda.
Solté un grito de puro
terror mientras echaba a correr hacia los tenebrosos árboles sin mirar atrás.
Me caí de nuevo, como
las idiotas, por culpa de otra rama en el suelo, pero esta vez, me rasgué el
pantalón por la rodilla, sin hacerme mucho daño. Quería levantarme deprisa y
salir corriendo de nuevo de quién fuera que estuviese allí.
-¡Eh! No corras, este sitio no está preparado para eso –dijo un tío
saliendo de las sombras, justo detrás de mí.
¿Cómo había llegado tan pronto hasta allí si yo no
había escuchado más pasos, a parte de los míos, corriendo?
Estaba muerta de miedo
cuando lo vi acercarse en medio de los árboles.
-Por favor, por favor, no me hagas daño. Me iré de aquí y no diré que te
he visto –dije con las manos juntas suplicando desde el suelo.
El tío calló unos
minutos y no sé qué cara tendría en ese momento porque yo tenía los ojos
cerrados mientras suplicaba porque me dejara vivir.
-Oye, que no soy un asesino –dijo malhumorado.
Cuando levanté la vista
hacia él, la luz de la luna me dejó ver que tenía una ceja levantada y me
miraba incrédulo.
Me busqué el móvil en
el bolsillo, dónde no había tenido la moneda, porque no me fiaba en absoluto de
nadie y menos de un tipo que andaba por ahí a esas horas de la noche.
¡Mierda! ¡No estaba! Se
me debía haber caído con las prisas.
-¿Esto es tuyo? –volvió a preguntarme.
Yo pensaba que me iba a
devolver el móvil, que de casualidad lo había visto caer de mi bolsillo y había
sido tan amable de traérmelo. Pero no, lo que me estaba preguntando era que si
la moneda de un euro que había tirado era mía.
-Sí… -contesté confusa.
¿Había visto mi moneda y no había visto mi móvil?
Yo ni siquiera había escuchado caer al suelo la moneda, es más, se me había
antojado verla caer cerca del pozo, sino dentro. Pero también podría estar
confundida ya que estaba sollozando muy fuerte.
-¿Has pedido algún deseo? –preguntó.
Me quedé más confusa
todavía. No parecía importarle el hecho de que me hubiese dado un susto de
muerte y hubiese salido corriendo de él (ni que fuese una desconocida). Solo le
importaban mi moneda y mi deseo. ¡Qué tío más raro!
-No me digas que crees en esas cosas –dije mientras me levantaba del
suelo aún temblando.
-Si no has venido por aquí por eso, ¿por qué entonces? –Ahora era él el
que parecía confuso.
-He salido a dar una vuelta y he llegado de casualidad. –Me encogí de
hombros. No iba a contarle la verdad a un desconocido que parecía sufrir algún
problema mental.
Me volví a acordar de mi móvil y fui andando
deprisa por donde había venido corriendo, esquivando al chico al que apenas me
atrevía a mirar.
El tío me siguió
los pasos y empezó a ponerme nerviosa. Quería encontrar el móvil a toda prisa
porque, si me pasaba algo, esperaba tener una mínima oportunidad de llamar a
091.
Lo vi tirado al lado de las rocas que cubrían la
pequeña cueva; la pantalla brillaba con el reflejo de la luna. ¡Menos mal! Me
acerqué a él y lo cogí rápido. El chico se encontraba mirando la moneda
detenidamente al lado del pozo.
-¿Cuál es tu deseo? –volvió a la carga mientras pasaba de la moneda y,
esta vez, me miraba a mí.
-Ninguno. Yo no creo en esas cosas –contesté a punto de irme.
-Seguro que algo hay. Algo que quisieras cambiar, algo que querrías que
pasara, algo que no te gustaría que pasara…
Me quedé mirándolo
sorprendida. Era verdad. Pero la vida no iba a ser como a mí me diera la gana
por solo pedir un deseo a un pozo abandonado.
-Prueba. –Tendió su brazo hacia mí para darme la moneda.
[…]
No noté que se me
resbalaban las lágrimas de nuevo hasta que él me despertó de mis pensamientos
dando un paso hacia mí.
Yo, automáticamente, di uno hacia atrás.
-Vale. Desearía que todo volviese a ser como antes: ser feliz como cuando
vivía con mis padres y tenía a mis amigos. Me gustaría que toda esta situación
cambiase porque es una mierda –solté malhumorada, mientras me restregaba la
cara con la mano intentando quitarme las lágrimas.
Tenía tanto odio dentro
y tanto rencor hacia quienes me rodeaban… Hacía mucho que no hablaba con nadie
y que no me desahogaba. Tenía mucho miedo de hacerles daño a mis padres, tanto
era, que por mi padre yo estaba yendo a todas esas excursiones de mierda y
soportaba verles la cara todos los días a los veinticuatro compañeros que tenía
en clase.
[…]
En medio de sollozos, volví a tirar la moneda con
todas mis fuerzas (y mi rabia) al centro del agujero negro que tenía delante de
mí bañado por la luna.
-Hecho –dijo el chico mientras sonreía.
Bueno, espero que os haya gustado, este es más o menos el principio, me he saltado algunas partes para mostraros un poco lo más importante. Esto es todo por ahora.
Un beso a todos!
Me parece un buen comienzo, de algo que puede ser realmente maravilloso. Con ganas de seguir leyendo EL POZO DE LOS DESEOS, espero que todos los tuyos se hagan realidad....
ResponderEliminarSuerte preciosa.
Muchísimas gracias Mirella, ojalá vaya bien! :) muchas gracias por el apoyo!
EliminarPor fin tu obra ve la luz, y con un adelanto en Internet para que se nos pongan los dientes largos. Deseando tenerlo en papel entre las manos, olerlo, abrirlo, manosearlo, tú sabes, esas cosas que demuestran que "ya está aquí".
ResponderEliminarEnhorabuena, has hecho tu DESEO realidad. Espero que todo siga fluyendo a buen ritmo como hasta ahora.
Un abrazo y mucha suerte :)
Muchas gracias Sandri!!!Yo también lo espero, y en parte gracias a ti y tu superportada!!!Muchísimas gracias por todo!! :)
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